¿Qué es la vida monástica? ¿Qué es un monje?
En realidad, ¿qué es un monje? La palabra monje procede del griego, a través del latín monachus, y significa solo, uno. Se empleó para nombrar a aquel cristiano que había decidido buscar y servir a Dios, él solo en la soledad. Por extensión, se aplicó luego a aquellos cristianos que se reunieron para servir a Dios agrupados y, al mismo tiempo, alejados de los demás hombres, de la sociedad.
En el primer caso, tenemos al monje ermitaño, y en el segundo, a los monjes cenobitas, que viven en comunidad, o sea, juntos. Su apartamiento es colectivo.
Así como a la mayoría de los hombres, aun sin pretenderlo, la naturaleza y las circunstancias de la vida les lleva a reconocer la existencia de Dios, y muchos se sienten impulsados a servirle, de igual modo entre los cristianos hay quienes se sienten impulsados a entregarse a Dios en la soledad con el fin de alcanzar su intimidad.
Podríamos definir al monje de este modo : Es aquel hombre que se aparta de la sociedad y se establece en un lugar retirado, solo o en compañía de otros hombres animados del mismo ideal, con objeto de entregarse a una vida totalmente vuelta hacia Dios y animada de un anhelo de intimidad con El.
Este género de vida religiosa supone una dedicación a la oración y al trabajo. La jornada del monje discurre entre la oración comunitaria ( realizada juntos en la iglesia ) y la privada ( cada uno en su celda, de manera personal ) y el trabajo manual o intelectual, en el ambiente silencioso del recinto claustral. El monje por su oración alaba a Dios, le da gracias, le pide ayuda, y tiene presentes las preocupaciones y necesidades de todos los hombres, y por su trabajo coopera en la edificación de un mundo mejor. Su vida es un testimonio viviente y una proclamación de que existen unos valores espirituales que, en interioridad, una proclamación de que existen unos valores del espíritu muy superiores a los que proclama y valora la sociedad consumista actual.
¿Cómo está constituída la Comunidad?
Por regla general, el superior del monasterio o abadía es un abad. El P. Abad es el que dirige y gobierna la Comunidad desde el punto de vista espiritual y material. Él ejerce gobierno efectivo sobre sus compañeros de comunidad, pero como no puede cumplir bien su misión por sí mismo, la Regla de S.Benito prevé una serie de colaboradores: el P. Prior, que hace las veces de abad cuando este falta, es asesor del abad, y participa algo del gobierno de la comunidad, según las atribuciones que le dé el superior. El P. Subprior, que en mucho menor grado participa del gobierno de la misma, El P. Mayordomo que lleva la administración económica del monasterio. Todos ellos son nombrados por el abad.
El Consejo del Abad está formado por los decanos de oficio: el P. Prior y el P. Mayordomo, luego la comunidad nombra tantos decanos como haya nombrado el P.Abad, de su libre elección. El número de decanos está siempre en relación con el número de profesos solemnes del monasterio. El Consejo del Abad está formado por los decanos.
Pero el Abad no solo dirige la comunidad de manera personal y con la ayuda de su Consejo, sino que también está obligado, unas veces y otra se le aconseja, que recurra al Capítulo conventual para solucionar los problemas y cuestiones del monasterio. El Capítulo conventual lo forman todos los monjes de votos solemnes. En los casos en que es preceptivo el voto de los monjes, se somete al voto secreto de los monjes.
Actualmente se tiende a convocar a los monjes con bastante frecuencia, con miras a que se sientan más copartícipes y corresponsables de la marcha de la comunidad.
En todo monasterio existen estos otros cargos: Hospedero, Portero, Sacristán, que, como su nombre indican, tienen como misión atender a la hospedería monástica, a los que acuden al monasterio, y el servicio de la iglesia. También existe el cargo de Maestro de Novicios, que tiene como misión ayudar a los jóvenes en sus primeros pasos y velar por su formación.
Por regla general, las comunidades monásticas están formadas por profesos solemnes, es decir, por aquellos monjes que después de cinco años de preparación, han hecho los votos perpetuos consagrándose a Dios de por vida, unos son sacerdotes y otros no; por profesos temporales o juniores, que se hallan en tiempo de formación con un compromiso temporal de tres años; por novicios, personas que estudian de manera especial si esa es su vocación durante un año y medio dentro del Noviciado, después de tomar el hábito monástico; y por algún postulante, que es el seglar que, sin compromiso alguno, vive con la comunidad para poder experimentar de manera práctica si este es su camino.
Al joven que se interesa por la vida monástica, se le invita a pasar unos días en el monasterio, en varias ocasiones, con miras a que se dé cuenta de nuestra vida. Si él se siente inclinado, llamado por Dios a ingresar en el monasterio, y el Maestro de Novicios juzga que posee las aptitudes necesarias para ser monje, se le admite a realizar la experiencia.
Podría preguntarse uno ¿cómo es posible que surja la vocación hacia una vida apartada de la sociedad, si el hombre de por sí es sociable? El hombre creyente intuye su relación con Dios en el fondo de su ser. En algunas circunstancias, se da cuenta de que su vida no tiene sentido sin esa referencia a Dios. Por eso mismo no es extraño que, aun el joven, pueda sentir esa atracción irresistible que le hace intuir que Dios basta, y que en esa intimidad con El puede hallar su felicidad y la manera de ayudar a los demás con su testimonio de vida, de oración y de trabajo.
Por otra parte, esa entrega no requiere una renuncia a toda clase de relación humana, sino que supone abrazar un género de vida que está marcado por un ambiente de oración y trabajo, de silencio y soledad. También se dan, claro está, momentos de fraternal convivencia en donde el descanso y el solaz le van a ayudar a reemprender con nuevos ánimos su labor cotidiana. En el caso de la comunidad de Samos, se tiene un rato de amigable conversación después de las comidas.
Los monjes sabemos por propia experiencia que, a pesar de los deseos de relación y de expansión propios del joven, esta vida es capaz de llenar sus anhelos de santidad y de entrega, cuando siente esta vocación. El joven necesita un auténtico ideal que polarice y encauce sus ilusiones, sus energías y su capacidad de entrega.
Sentido de la vida monástica, contemplativa y orante, en el mundo actual.
La sociedad actual está muy marcada por un pragmatismo que lo invade todo, que valora preferentemente lo que tiene una utilidad y un provecho inmediatos y tangibles, arrinconando, en cierta medida, los auténticos valores del espíritu. Los hombres de hoy comprenden aquellos institutos religiosos que desarrollan una labor social: enseñanza, atención a enfermos, a pobres, etc, pero les cuesta entender a los religiosos y a las religiosas que, en la soledad de sus monasterios, oran y trabajan en silencio.
¿Cuál es el cometido principal de esos monjes? En primer lugar, dar gloria a Dios, que, como creador y señor del universo y de todo ser humano, se le debe honra, gloria y alabanza, pues somos criaturas suyas, y a Él le debemos todo. Con esa dedicación tan exclusiva, con esa vida tan enfocada a Dios, los monjes proclamamos de manera bien manifiesta que todo hombre debe dar gloria y alabar a Dios, y buscar su cercanía mediante la oración. Y esa alabanza y esa comunicación con Él debe ocupar un lugar esencial en la vida de todo creyente. Además puede convertirse en motivo de reflexión para aquel que duda o niega la existencia de Dios.
Pero no solo eso, los monjes con su oración piden ayuda a Dios e interceden por todas las necesidades más acuciantes de los hombres. Si el cristiano es consecuente con su fe, ha de creer plenamente en el poder y eficacia de la oración. En el Evangelio, muchas veces aparece Jesucristo invitando a sus oyentes a que acudan a Dios, y a que recen unos por otros. Es una auténtica forma de apostolado.
Por otra parte, y formando un todo con sus momentos fuertes de oración, el monje coopera en la construcción del mundo actual con su trabajo callado y silencioso, a la vez que se hacen solidarios del mundo del trabajo. En la actualidad, no son pioneros, como lo fueron antaño, en el ambiente de la cultura, de la agricultura, en la acción hospitalaria... las entidades civiles y los religiosos destinados exclusivamente a la enseñanza o a la atención a los enfermos, etc, han tomado el relevo. En cierto sentido, habían desarrollado muchos de esos trabajos como una labor de suplencia, al no existir institutos religiosos dedicados de manera específica a ellos. Su carisma fundacional no se los había planteado ni se los exigía.
Los monjes actuales, sin aquel protagonismo de tiempos pasados, continúan ofreciendo una contribución más modesta a los diversos campos de la cultura y del trabajo en general. Y, empalmando con la tradición hospitalaria se siempre, ofrecen un servicio humano y espiritual, por medio de las hospederías monásticas, propio de su condición de monjes: brindan a los hombres y a las mujeres de buena voluntad el poder participar de sus valores espirituales en un clima de hermandad, paz y silencio. La hospedería monástica favorece y permite que el huésped, alejado de su ambiente habitual, reflexione sobre sí mismo y se abra a los verdaderos valores del espíritu. Los monjes siempre consideraron la acogida del huésped como una labor muy suya, y en la actualidad, en una sociedad tan agitada y materialista como la nuestra, cobra una importancia insospechada.