En Samos se educó siendo niño y adolescente el Rey Alfonso II el Casto. Llegado al trono, se descubrió el Sepulcro de Santiago y acudiendo presto a visitar al Apóstol, se convirtió en el Primer Peregrino. Allí rezaría el Pater noster y el Credo aprendidos de sus ayos los Padres de Samos.
Por eso desde el mismo inicio de ese descubrimiento que cambió la vertebración y la Historia de Europa, el Monasterio de Samos ha estado y está íntimamente unido al Camino.
Fue este Rey, que profesaba enorme cariño y agradecimiento a Samos, el que mandó edificar la primera iglesia para acoger la Tumba del Hijo del Trueno, Glorioso Señor Santiago.
Quien fuera Abad de este cenobio, Dr. Mauro Gómez Pereira, OSB defendió en varios estudios la hipótesis de que fueran monjes de Samos los primeros sacerdotes enviados por Alfonso II a Compostela para hacerse cargo del culto al Apóstol.
De lo que no cabe duda es que durante siglos monjes benedictinos se encargaron del culto en la basílica hasta que el cabildo del clero secular se hizo cargo. Aún hoy la basílica compostelana está flanqueada por dos enormes monasterios de la Orden Benedictina: San Martín Pinario, que en la desamortización de Mendizábal le fue arrebatado a los hijos de San Benito y pasó a la mitra compostelana y el aún habitado por hijas de san Benito, san Pelayo de Antealtares.
Por tanto, desde el mismo principio de las peregrinaciones, miles de peregrinos han pasado y pasan por Samos. Muchisimos fueron atendidos, cobijados, curados... De llagas físicas y espirituales. Muchos han descargado sus conciencias confesándose con algún monje. Muchos también fallecieron, vencidos por la dureza del Camino en otros tiempos y los monjes piadosamente les dieron sepultura en el Monasterio como consta en los Libros de Muertos.
En Triacastela se bifurca el Camino. Algunos, por seguir la ruta del Calixtino siguen por san Gil. Pero los más inteligentes prefieren caminar unos cuantos kilómetros más y extasiarse con la visita del vetustísimo monasterio de Samos. El paisaje, para los que eligen esta opción es también de ensueño.
Ya entrando en el sendero de Samos y siempre dejando a su mano derecha la profunda cañada, prodigio de umbrosidad que forma un inmenso filtro verde que contrasta con la brecha tajada en la piedra pizarrosa que cuelga sobre el peregrino. También es ese tramo podrá ver, a su derecha un camino que sale y pronto remonta la carretera. Se trata de una de las pocas muestras que llegaron a nuestros dias del Camino Real que sirvió de comunicación por esas riberas del río Sarria, como ya se le denominaba en documentos fechados el 13 de Julio del 853, con motivo de una donación del rey Ordoño I, al abad-obispo Fatalis, del monasterio de Samos, situado junto al río Sarria.
El peregrino pasará el puente de Almiron, dejando el río a su derecha y ganada una pequeña pendiente se encontrara con San Cristobo do Real, con una iglesia parroquial, incrustada en medio de la población, a la cual las múltiples reformas y adosamientos no le hicieron gran favor arquitectónico. Destaca su retablo principal barroco, del siglo XVII. Estas parroquias, de San Cristobal, San Martiño...
del Real, se llaman así porque formaban parte de la jurisdicción del Abad de la Real Abadía, que fue durante siglos señor en lo espiritual y en lo temporal de estas tierras.
Se atraviesa el poblado a través de un doméstico puente lo que motiva que de nuevo el fluvial pase a la mano izquierda del viajero, quién tendrá que subir a la parte alta del poblado. Las características de tejados de pizarra y paredes de mampostería que se ven apiñar y las laderas de las montañas sobre el valle del Real a ser lo más singular de una ruta,
que puede considerarse de las más bellas que el peregrino encuentra en Galicia. Más separado del río, buscando la ladera de la montaña y salvando las tierras húmedas de labradio, se van pasando preciosas aldeas agrupadas alrededor de su iglesia y la frondosa vegetación va formando la sombra que en los veranos agradece el peregrino que pasa por las zonas de Lastre, Freituxe para entrar en la cabecera parroquial, Santiago de Renche, de gran significado que en ese valle Real se encuentre la advocación al apóstol, algo que siempre anima al que camina en busca de los restos del apóstol en la catedral compostelana, pero mucho más al conocer que a la iglesia de Santiago de Renche, que tiene como patrón a un Santiago peregrino, fue donada al monasterio de Samos por el Papa Paulo III, el 2 de abril de 1538, para que los monjes acudiesen con el “sustento ordinario y vino a los peregrinos que pasaban en romería a visitar el cuerpo del apóstol”.
También el peregrino puede ver por estos parajes las achatadas edificaciones de viejos molinos con sus tradicionales prensas a nivel máximo de las desviadas aguas del Sarria, al no ser ya habitual el rodar de las piedras-muelas que antaño procedían a la maturación del grano.
Sigue el Camino Francés el desfiladero, desde el cual todavía es posible divisar en algún tramo la vieja casona de los Vázquez Queipo, Casa fuerte del siglo XV, donada al monasterio, dentro de la parroquia de San Cristobo do Real.
Después de bajar al nivel del río, pasar una vieja calzada con paso para los peregrinos de lajas de piedra que salvan las aguas del invierno que invaden los caminos, llega el peregrino a la confluencia de la unión del río Sarria con el Ferrerías que baja de las alturas de o Serón.
Vuelve el río a la mano derecha del caminante y este, bajo frondosa vegetación llega a San Martiño, con iglesia artesanal de reminiscencias románicas, de la cual destacan los canecillos, una soberbio Calvario renacentista y el singular arco del triunfo.
Después de seguir un tramo de camino atrincherado y pasar debajo de la carretera Samos-Triacastela, el peregrino, seguirá metido entre montañas pero con un horizonte más amplio. Pronto el viajero se verá sorprendido ya que después del modernismo del colegio, pasando Vila de Tres totalmente desapercibido, se encontrará con la gran mole del convento benedictino cuya superficie alguien dijo que ocupaba muy cerca de la hectárea. También aquí, a muy corta distancia del ciprés y capilla mozárabe que cantó Ramón Cabanillas, sobre el asentamiento monacal, dijo el ilustre Benito Jerónimo Feijoo, quien ingresó en el convento de Samos a los 14 años, “Tan recogido, tan estrecho, tan sepultado está este monasterio entre cuatro elevados montes que por todas partes no solo le cierran, más le oprimen que solo es visto de las estrellas cuando las logra verticales.
Es el cenobio samonense uno de los más antiguos (el más antiguo de España habitado), mejor cuidados y más ilustre de Galicia y su disposición en tan grande estrechamiento, también movió al Padre Feijoo a escribir: “La disposición del paraje retrata la religión de sus moradores, la retrata y aún la influye, por que cerrado por todas partes el horizonte, faltan objectos donde se disipe el espíritu. Solo se puede mirar hacia el cielo”.
Es verdaderamente grande la sorpresa que se lleva el viajero, pero mucho más asombra al peregrino que viene en busca de un cenobio construído entre los siglos VI-VIII. No se da crédito a la visión que ofrece y menos al ver como los montes de El Carballal y la Modorra, amenazan con irse encima. Mereció la pena escoger esta ruta.
El monasterio desde hace siglos ofrece al peregrino un albergue donde pernoctar, abierto todo el año. No se cobra por ello. Con los donativos del peregrino se ayuda a los gastos de luz, limpieza... Muy austero. Un techo, un lecho limpio, agua caliente para ducharse. Nada más. Y la posibilidad de asistir a Misa y recibir la bendición del peregrino. Nada menos.
Si busca alguna comodidad extra puede optar por hospedarse en la Hospederia interna o externa reservando anticipadamente, o en alguno de los excelentes hoteles o albergues que hay en el pueblo.
Ultreya, ultra, eia!